Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

miércoles, 12 de abril de 2017

Un artículo recuperado de Miguel Hernández, por Pedro Sorela. "De metal triste y sonoro", Babelia (El País) 1992

 

  Transcripción

 

DE METAL TRISTE Y SONORO

PEDRO SORELA

BABELIA, 21 DE MARZO DE 1992
   Pocas veces un poeta tuvo una vida tan difícil, tan rápi­da y tan trágica, incluso en aquella España de la República, la guerra y el hambre.
       Difícil porque fue pobre, rá­pida porque murió a los 31 años, sin tiempo casi ni de casarse, y trágica por­que la quinta parte de su vida transcu­rrió en trincheras y cárceles, y porque su muerte fue de las que hacen vacilar la fe. Cualquier clase de fe.
Su vida fue tan vertiginosa que ni si­quiera tuvo tiempo, ya no de publicar completa su obra, sino de ordenarla: las primeras obras completas de Hernández sumaban la tercera parte de las terceras, de 3.000 páginas, que serán presentadas dentro de una semana con motivo del 50 aniversario de la muerte del poeta, ocu­rrida el 28 de marzo de 1942 en el último de los varios penales en donde se fue de­jando la alegría, antes famosa, y la sa­lud: murió en el Reformatorio de Adul­tos de Alicante, pidiendo algodones para limpiarse la pus que le salía de la tisis criada en los frentes de guerra, agravada en las cárceles de los vencidos y cogida, quizá, sugiere Agustín Sánchez Vidal, en aquellas noches de su primer viaje a Ma­drid, en 1931, en que tenía que dormir en el metro madrileño.
    Tres son los mitos que han acechado siempre la percepción de Hernández, dice Sánchez Vidal, autor de una biogra­fía del poeta que sale estos días en Plane­ta y corresponsable, junto con José Car­los Rovira y Carmen Alemany, de las úl­timas Obras Completas, que presenta es­tos días Espasa Calpe: son los mitos del poeta —cabrero —la imagen idílica del poeta que lee a Góngora mientras cuida el rebaño, "que permite una plusvalía de paternalismo"—; el mito del poeta—sol– dado, “que es parte de cantautores y octavillas, y el más caedizo por más cir­cunstancial"; y el mito del poeta—már­tir, que muere en la cárcel componiendo versos de memoria por falta de papel, mito delicado porque a la vez que ayuda a difundir su obra, la lastra.
A los cincuenta años de su muerte, completadas al fin sus obras completas, es tiempo de devolver a Hernández a aquella tumba cuya lápida, pagada por poetas, fue rota por los fanáticos el día de su exhumación en 1960 —¡querían llevarse los huesos de recuerdo!—, según testimonio del poeta Jorge Urrutia, para que al fin se le pueda leer en todos sus registros. Que sólo se hayan apreciado de uno en uno, y que no se haya visto su amplitud, sólo se debe a una capacidad picassiana para el cambio y a un tiempo sesgado que sólo quiso ver en blanco o en negro a quien algunos, según Sánchez Vidal, ven en él al "único gran poeta de origen popular".

Un pastor católico

   Que Miguel Hernández fuese hijo de un cabrero de Orihuela, almendra misma de su leyenda, fue visto siempre de muchas maneras, incluso por él mismo, que en alguna ocasión precisó que era el hijo del dueño del rebaño, y en otras, según testi­monios, oficiaba de pastor, vestido de pana y alpargatas en las tertulias de Ma­drid.
    Lo cierto es que, cuando a los 14 años su padre le retira de la escuela, el hecho supone para él una gran humillación, pues no sólo en adelante tendrá que pa­sar con el rebaño frente a sus condiscípu­los, sino que es consciente de lo que vale: "Hernández llegará a ser tan culto como sólo lo puede ser un autodidacta", co­menta Sánchez Vidal. Además, el de ca­brero era el oficio más humilde de Ori­huela, y su escuela, la del Ave María, es­taba destinada a las familias con menos recursos. Esa es la razón de su gran dis­gusto cuando el azar le libra de quintas por excedente de cupo, y cuando le re­chazan en la escuela de submarinistas de Cartagena: la gorra era el único camino para quitarse la boina.
 Hernández viaja sin referencias que cuenten en su primer viaje a Madrid, de noviembre de 1931 a mayo de 1932, y esa es la razón de que pase hambre y que lle­gue a dormir en el metro. Su objetivo, fi­nanciado por paisanos, era obtener una repercusión en la prensa de la capital que, de rebote, le consiguiera una beca del ayuntamiento de su pueblo. Pero sólo le sacan en Estampa y en Elrobinsón literario, de Giménez Caballero, revista heredera de la prestigiosa Gaceta litera­ria pero devaluada porque Giménez Ca­ballero volvía ya de Roma.
     Sus cartas de recomendación eran de Ramón Sijé, el intelectual católico res­ponsable de la primera formación de Hernández —católico a la manera de li­beral de Bergamín, que le había de publi­car en Cruz y raya el auto de fe Quién te ha visto y quién te ve...—, y en aquel Ma­drid que nacía a la República no le hicie­ron caso. En apariencia fracasada, su vi­sita le permitió darse cuenta de que en España se estaba produciendo una revo­lución vanguardista. Consta que cono-ció la Segunda antolojía, de Juan Ramón Jiménez, y en semanas aprehendió el creacionismo y neogongorismo, aunque no llegara al surrealismo, ya nacido. Toda su vida de poeta —una década— iba a crecer a esa velocidad. Regresó a Orihuela y, buscando en el diccionario de la Española las palabras más difíciles para obligarse a progresar, compuso Pe­rito en lunas: "Lunas ¡ Como gobiernas, como bronces, / siempre en mudanza, siempre dando vueltas..." (Gitanas).

'Poetas señoritos'
    También son frecuentes los silencios cuan­do se habla de Miguel Hernández. Uno de ellos, por ejemplo, es que no se mencionan los vacíos que creaban en torno suyo, a partir de 1934, cuando regresó a Madrid, los poetas señoritos como García Lorca o Cernuda, elegantes que no terminaban de aceptar a quien "no se le había caído aún el pelo de la dehesa", según De Luis. Nunca se le había de caer.
    Para Concha Zardoya, que lo conocióniendo en Madrid "esa cosa virgen de chico de la tierra, del pastoreo, del monteo, con unos ojos verdes enormes, muy rapado, poco amigo de adornos; era como estar es­cuchando a los pájaros". Cuando regresó a Madrid ya conocía a Josefina Manresa.
Sus amigos fueron Neruda, que le to­maba el pelo por "las sotanas que preten­dían llevársele", y Aleixandre. "Cuando Miguel llega a Madrid es un muchacho muy ingenuo, y ante algunos ojos resulta un poco pueblerino. Él no había salido de un pueblo de España de los años 20, y se encuentra con un Pablo Neruda, diplomá­tico con miles de kilómetros...", recuerda Leopoldo de Luis. Aunque por edad per­tenece a la generación del 36, a menudo se le asocia con la del 27. Por algo Dámaso Alonso le llamó genial epígono.
    En su segunda visita a Madrid tuvo más suerte: no sólo su poesía se adaptó primero y luego adelantó su tiempo, sino que le ayudaron quienes sí podían hacer­lo. José María de Cossío le contrató como secretario particular y le hizo en­trar en las órbitas de El Sol y de la Revis­ta de Occidente, las publicaciones de re­ferencia de la época. Acudió a las tertulias de aquel Madrid extraordinario en el que convivían los miembros de tres ge­neraciones de un medio siglo de oro lue­go abortado por la guerra: el 98, el 14 y el 27. Juan Ramón le admiró en El sol y de golpe le consagró. Era tímido y se ru­borizaba. Hay quien dice que tuvo un encuentro con Maruja Mallo, la pintora surrealista, y ella, galantemente, nunca lo confirmó ni desmintió. En septiembre de 1934 había formalizado su noviazgo con Josefina. El 23 de enero de 1936 na­cía El rayo que no cesa: "Silencio de me­tal triste y sonoro, / espadas congregan­do con amores / en el final de huesos destructores / de la región volcánica del toro".


Esposo-soldado
   En 1934, Hernández escribía un auto sa­cramental y en 1936 ingresaba en el parti­do Comunista. Hoy se sabe que el Madrid de la época tuvo muy poco que ver con la aldea que siguió y aún con el ruido de hoy, y que Hernández vivió en esos años in­fluencias decisivas. Iniciada la guerra, el poeta hizo en el Quinto Regimiento, a las órdenes de Valentín González, El campe­sino, expeditivo miliciano que, atónito porque su comisario recitara poemas, "estuvo a punto de fusilarlo en más de una ocasión", bromea Urrutia.
Ahí se crea el mito del poeta de las trincheras: Corriendo de un frente a otro con la fe del converso, dejando por cual­quier sitio sus versos de papel amarillo, Hernández recita poemas a los soldados y entra en la leyenda. Ha encontrado tiempo para casarse, participar en el II Congreso de Escritores Internacional de Valencia y viajar a la URSS de donde, según testimonios, vuelve un poco menos ideológico. En 1937 aparece Viento del pueblo: “Cantando espero a la muerte/ que hay ruiseñores que cantan/ encima de los de las batallas... En octubre de ese año muere su hijo, y en enero del siguiente nace otro, a quien escribirá en la cárcel las Nanas de la cebolla: "En la cuna del hambre / mi niño estaba. / Con sangre de cebolla se amamantaba. / Pero tu sangre, / escarchaba de azúcar, / cebo­lla y hambre."
"Otro Lorca no", dicen que dijo Franco cuando abogaron en favor de Hernández, preso tras la guerra, y le conmutó por prisión una pena de muer­te. [le dijeron a Franco para que éste le conmura la pena de muerte por la de treinta años].
 Quién sabe si no le hubiera valido más que le fusilaran...
Cuando terminó la guerra, Hernández intentó llegar a Portugal, después de bus­car ayuda por Andalucía: existen lúgubres testimonios de supuestos amigos que no acudieron, y por eso, dice Guillermo Car­nero, es uno de los periodos peor conoci­dos de su vida. En Rosal de la Frontera, donde los guardinhas portugueses devol­vían a las autoridades franquistas [Cuerpo de Investigación y Vigilancia de Fronteras] a los fu­gitivos republicanos, Miguel Hernández tuvo una nueva prueba de que el destino se le había atravesado: al principio le deja­ron pasar, pensando que se trataba de un infeliz, pues así iba vestido. Pero un reloj de oro le delató. Era regalo de Aleixandre, el' único procedente de sus amigos poetas el día de su boda. Y una vez devuelto a España, un guardia civil le reconoció. No porque fuera aficionado a la poesía, sino porque había nacido en Orihuela.
    La agonía de Miguel Hernández en las prisiones de España desde 1939 a 1942 constituye uno de los episodios más dolo­rosos de la Guerra Civil, por lo general menos conocida que el fusilamiento de Lorca en el Barranco de Viznar [Granada] y el cruce de la frontera de Collioure por Antonio Machado con su madre en brazos. En los últimos tiempos, Hernández mordía ver­sos para recordarlos, pues no tenía papel, y al final reclamaba comida y algodones y trapos para contener la sangre y pus que le salían de la punción de un pulmón. "No conozco un final más doloroso que el de Miguel", dice Concha Zardoya.



LA LEYENDA DEL POETA VELOZ

  Una de las leyendas sobre Hernández que se han ido des­moronando con los años es la relativa a su capacidad de es­cribir versos donde le cogía la guerra o la inspiración [según demostró Carmen Alemany]. Por el contrario, según coinciden va­rios expertos, elaboraba como un platero, primero en prosa y luego recortando versos hasta en siete versiones sucesivas. Los manuscritos demuestran que de un mismo poema hubo varias redacciones, salvo en la poesía de guerra, menos tra­bajada.
   Probablemente la leyenda de su capacidad de improvisa­ción se debe a que Miguel Hernández escribía en innu­merables papeles que iba de­jando por ahí —lo que no quiere decir que fueran versio­nes terminadas—, y a que aceptaba con frecuencia dedi­car pequeños versos manus­critos a quien se lo pedía: lo que tampoco quiere decir que fuesen originales; casi siempre se trataba de versos ya escri­tos, que recordaba, a veces con pequeñas variaciones. Y esa es la razón de que a menu­do existan más de dos testigos que juran haber visto a Hernández escribir tal cual poema. Además, Josefina Manresa, la viuda, no quiso durante años permitir a cualquier re­cién llegado el acceso a su ar­chivo, escaldada por un tem­prano saqueo a cargo de al­guien en quien había confia­do [Elvio Romero no le devolvió algunos originales]. Todo ello ha motivado en estos 50 años algunas discu­siones académicas y un cons­tante goteo de inéditos que han hecho duplicarse las suce­sivas ediciones de obras com­pletas, a cargo de Losada y Aguilar.
Los responsables de las nuevas obras completas dis­frutaron del libre acceso al ar­chivo —Carmen Alemany, una de las coautoras, basó en su descripción su tesis docto­ral, leída hace una semana—, y eso explica que sus 3.000 pá­ginas multipliquen por seis las 500 páginas impresas que Hernández dejó al morir [Los autores de la Obras Completas son Agustín Sánchez Vidal, José Carlos Rovira y Carmen Alemany, en Espasa-Calpe 1992]
Entre los últimos hallazgos figuran poemas de la zona ini­cial, un conjunto de octavas paraleas a la creación de Peri­to en lunas, [descubiertos por Juan Cano Ballesta] y luego algunos poemas de la guerra civil, que en general fueron los menos preparados. Pero en general era un poeta exhaustivo. Peri­to en lunas, explica [Leopoldo de Luis] Urrutia, tiene tantos cajones secretos como un escritorio Victoriano. Por ejemplo, el número de poemas que contiene corresponde al total de caras que puede tener un poliedro de cristal de roca [El primer borrador se titulaba Poliedros].
   No parece probable que en el futuro se produzcan mu­chos más hallazgos de inédi­tos, pero el estudio de los nue­vos dará aún mucho que ha­blar en el hernandismo, una sociedad de estudiosos —Bouffon, Cano Ballesta, Puccini en el extranjero— que, á diferencia de los seguidores de otros poetas, están bastan­te bien avenidos, dice Agustín Sánchez Vidal.
El que es sin duda uno de los poetas más sugerentes del siglo español se forjó en no más de once años, desde que Miguel Hernández tenía vein­te hasta su muerte a los 31 [en 1942 ya no escribía poemas sin castas que pasaba a mano otros ppresos]. Dejó publicados cuatro libros de poemas y tres [obras] de teatro, y los siete muestran una evolu­ción vertiginosa que parecería intuir su pronto final [en realidad escribió 5 poemarios y en vida publicó 4; de teatro escribio 5; ver bibliografía abajo]. En su evolución, dice José Carlos Rovira, recoge como nadie el tránsito que la poesía españo­la hace en los años 30, de las poesías gongorina (hermética) hasta la poesía centrada en la historia. El último libro de Hernández inaugura el auto- biografismo posterior a la guerra civil.
A juicio de diversos espe­cialistas, Hernández paga en estos años el hecho de haber sido muy leído en los últimos cincuenta, y hoy, dice Guiller­mo Carnero, "su influencia se ha diluido bastante". Para José María Parreño, de la ge­neración de los 80, no es de despreciar la influencia de Hernández como imagen.
Según Carnero, son deudo­res de Hernández los poetas de la primera posguerra (Rafael Morales, Leopoldo de Luis) y el primer romanticis­mo de la colección Adánais y que, según el modelo de El rayo que no cesa, canta a la vi­vencia existencial de la fami­lia, el amor, el hijo y la esposa. No es preciso insistir mucho en la influencia del Hernández de Viento del pueblo en la poe­sía social de los años 50 y 60: no exactamente en los novísi­mos, apunta Urrutia, pero sí en los poetas del Grupo Clara­boya de León.

Sin etiquetas
Y justamente lo que los poetas sociales apreciaban menos de Hernández, la poesía hermético-gongorina de Perito en lu­nas, es lo que hoy interesa más. También la poesía pura propia de la vanguardia de los años 20 que valora el poema corto, elimina el sentimenta­lismo o el didactismo y es so­bria en imágenes.
     Hernández desafía las ha­bituales clasificaciones de los críticos, y en ello reside parte de su interés. Aunque por edad pertenece a la generación del 36, tuvo como referencia a los del 27 y aprendió, a toda marcha, sus enseñanzas.
"El problema de Miguel Hernández es que vivió muy deprisa, y no consiguió hacer­se con el universo poético que da toda una visión del mundo, y que se encuentra en Espriu, Aleixandre, Cernuda", co­menta Jorge Urrutia [hijo de Leopoldo de Luis Urritia]. "No le da tiempo a hacerlo". Concha Zardoya apunta que la poesía va por un lado y la memoria por otra, y que Hernández no tiene por qué ser el más com­prendido de los poetas en nuesto tiempo hedonista.
     Al igual que con Lorca, la pregunta inevitable es qué hu­biera hecho Hernández de no haberse encontrado a los 31 años con una muerte más ab­surda de lo habitual. Si los futribles son un ejercicio intelec­tual sin demasiado sentido, sa­ber qué hubiese pasado con un poeta de no haber sido uno de los derrotados de una guerra desafía la imaginación, pues para muchos él es uno de los símbolos de esa derrota, o de esa guerra. Lo que no impide un nuevo estremecimiento por el desperdicio.

  (Original facilitado por Ramón Rodríguez, pintor y dibujante)

Transcrito y anotado en [ ] por Ramón Fernández Palmeral, autor de Miguel Hernández, el poeta del pueblo en 40 artículos" en Amazon, venta AQUÍ

   Bibliografia de Miguel Hernández

Poesía

Teatro

Antologías


Pedro Sorela. Biografía


El escritor Pedro Sorela (Bogotá, 1951) es Doctor en Periodismo y profesor titular de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Ha trabajado en la agencia Europa Press, en Madrid, durante ocho años, y en el periódico El País otros catorce, esencialmente como entrevistador y reportero de literatura en la sección de Cultura.
Además, en el diario El País publicó durante cuatro años una columna semanal, en la que, dentro de un orden, se procuraba investigar en nuevas formas de articulismo. También sacó a la luz una antología que apareció en el volumen 57 pasos por la acera de sombra.
Actualmente y desde hace unos años escribe en la revista mexicana Letras Libres, de cuyo consejo editorial forma parte, y en la española Revista de Libros. Escribió y dirigió para la BBC británica el programa A vision from abroad, a journey trough imaginary England.
Como escritor, ha publicado un ensayo sobre la juventud y el periodismo de García Márquez, El otro García Márquez: los años difíciles, de Mondadori (1988). Fue ponente en el Congreso "Gabriel García Márquez" Quinientos años de soledad celebrado en Zaragoza en 1992 , con el artículo Cuatro instantes del reportero García Márquez (1997). Además de participar en el número monográfico dedicado a Gabriel García Márquez: la vocación de un narrador de los eventos de la cotidianidad, con el artículo Miles de páginas a modo de prólogo de la Revista Anthropos (1999).
En 2006, publicó Dibujando la tormenta. Faulkner, Borges, Stendhal, Shakespeare, Saint-Exupéry. Fundadores de la escritura moderna, de Alianza Editorial. Entre otras, ha publicado las novelas Aire de Mar en Gádor, Viajes de Niebla, Trampas para estrellas y Ya verás, todas en la editorial Alfaguara. Además de novelas para chicos y los libros de cuentos Ladrón de árboles y Cuentos invisibles.
En 2008, publica Historia de las despedidas, de Alianza.
En 2015 se publica la obra Lo que miran los vagos, un libro de relatos inspirado en historias de viajes por diferentes países.