Sinopsis:

Página multimedia virtual sobre la vida, obra y acontecimientos del universal poeta Miguel Hernández -que murió por servir una idea- con motivo del I Centenario de su nacimiento (1910-2010). Administrada por Ramón Fernández Palmeral. ALICANTE (España). Esta página no es responsable de los comentarios de sus colaboradores. Contacto: ramon.palmeral@gmail.com

martes, 31 de marzo de 2015

Tradición y Vanguardia en Miguel Hernández

(Oleo de Palmeral. "Miguel en: Mi casa está pintada...)
  
Tomado del artículo de Manuel Cifo González, titulado "Tradición y Vanguardia" en Miguel Hernández 

 5.5.  La cárcel y la muerte (1939-1942)

            El que sería su último libro, Cancionero y romancero de ausencias, compuesto entre octubre de 1938 y septiembre de 1939, fue entregado por Miguel a su esposa en dicho mes de septiembre y permanecería inédito durante varios años.
            Esta primera versión, en forma de cuaderno, es una especie de diario íntimo compuesto por 79 poemas en los que recoge, de forma muy intimista no exenta de cierta resignación, episodios de su vida como pueden ser, por citar algunos ejemplos, la muerte de su primer hijo, la alegría por el nacimiento del segundo, la dura separación de la esposa amada, los momentos finales de la guerra y las consecuencias de la derrota, incluida la condena a pena de muerte. Posteriormente, el poeta continuaría escribiendo algunos textos más hasta 1941, de manera que los editores llegaron a recoger unos ciento treinta poemas.
            En este libro, en el que Miguel Hernández alcanza la expresión de su madurez poética, observamos cómo la metáfora se eleva hacia sus cotas más altas de perfección y de expresividad, no exenta de cierto sabor surrealista, y cómo el poeta prescinde de todo aquello que resulte superfluo o no sea absolutamente esencial. De ese modo, nos encontramos ante una poesía que busca, ante todo, la verdad humana y que se muestra casi desnuda de artificio –hasta suele eludir elementos gramaticales y signos gráficos-, como aquella poesía de inspiración juanramoniana, que hemos podido ver en sus primeros tiempos.
Una poesía, además, plasmada en poemas breves y versos cortos -algunos de ellos podrían ser considerados auténticas sentencias quintaesenciadas-, con metros más tradicionales, en forma de canciones, romances, romancillos y coplas, en la que son muy frecuentes los paralelismos, las correlaciones, las similicadencias, las reduplicaciones y los versos en forma de estribillos, con un  claro predominio de la rima asonante, aunque en algunos poemas encontramos rima consonante (como es el caso, por ejemplo, del poema “No quiso ser”). Todo ello contribuye a dotar a sus poemas de cierta musicalidad y a situarla en evidente cercanía con esa poesía de inspiración neopopular que, en ocasiones, nos recuerda a su admirado Federico García Lorca.
No obstante, incluye en el libro algunos poemas de arte mayor, en su mayor parte compuestos en serventesios alejandrinos, como se puede ver en “Vida solar”, “A mi hijo”, “Ascensión de la escoba” y en el tríptico titulado “Hijo de la luz y de la sombra”. Además, aparece algún poema escrito en cuartetos alejandrinos -“Sonreír con la alegre tristeza del olivo”-, y algún otro en verso blanco y con un verso de pie quebrado, como “Orillas de tu vientre”.
            En cuanto a los diversos asuntos tratados por el poeta, nos parece interesante destacar aquellos que están referidos al ámbito familiar: los besos a la mujer amada; la ausencia y la distancia -que acrecientan aún más las tres famosas heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida-; el vientre de la amada; la muerte de su primer hijo; el nacimiento del segundo; la guerra; la cárcel, o el hambre. Y, en cuanto a los temas tratados, hay que apuntar que, junto a los ya habituales en su poesía anterior, cobran especial protagonismo las aves, el olivo, la higuera, el mar, la tierra y el ataúd.
            Todos estos temas dotan a sus poemas de una verdadera voz propia, muy intimista, gracias a la cual el poeta se aparta de muchas de las influencias literarias recibidas hasta el momento, para adentrarse en la búsqueda de sus raíces personales, en lo más íntimo de sí mismo. Así parece indicarlo la nota que escribió en la tapa del cuaderno entregado a su esposa: “Para uso del niño Miguel Hernández”.
            Como ejemplo de esta poesía del Cancionero y romancero de ausencias, podemos fijarnos en el poema titulado “A mi hijo”, en el que el padre establece una especie de emotivo soliloquio ante el cadáver del hijo, que ha muerto con los ojos abiertos, mirando cara a cara a la muerte, como mueren los valientes. Y, en tal sentido, conviene añadir que, curiosamente, también Miguel Hernández murió con los ojos abiertos.
            El entierro del hijo -la devolución de su cuerpo a la remota sombra que se lo traga y lo lleva hasta lo más hondo- se lleva a cabo en un día oscuro, lluvioso, húmedo y sin sol. Esto es así porque, durante los diez meses que ha vivido Manuel Ramón, éste ha sido un sol radiante, esplendoroso. Ahora es un sol muerto, anochecido, eclipsado.
            A pesar del dolor y el desconsuelo, el poeta vuelve los ojos hacia la madre arrinconada y le dice que abra los ojos, que la vida continúa, pues hay otro hijo para cuyos ojos todavía existe la luz de la alborada. Y también hay luz para los ojos de la esposa, aunque su vientre es semejante a una estéril noche desolada.
            Para quien casi no quedaba luz era para el propio Miguel Hernández, cuya muerte supuso una nueva pérdida para la amada esposa y, también, para la poesía española. Aunque, afortunadamente, después de casi cien años de su nacimiento, su poesía resplandece como un día lo hicieran los ojos de ese hijo muerto y los suyos propios.